The commuter

Comenzo a caminar por las oscuras y frias calles de Londres. El aire era frio, pero no gelido, y invitaba a ser respirado. La acera estaba cubierta de pequeños charcos, fruto de la leve lluvia que habia caido durante la noche. Caminó mientras los esquivaba, pero sin deviarse de su destino. Tenía claro hacia donde se dirigia, y ni un oceano hubiese sido obstaculo para él.


Llego a la estacion, y comenzo a bajar por las escaleras hacia los andenes. Pese a ser no mas de las 7, ya habia gente. Esta maldita ciudad - pensó- habria gente en el metro aunque estuviese en llamas.
Se dirigio hacia su tren, que aun no habia llegado, pero podria preveerse que estaba proximo por la inquietud de los viajeros. Parecia que todos esperaban lo mismo, y que por alguna razón que él desconocia, tenian la imperiosa necesidad de montarse en ese tren. Caminó el anden hacia donde habia menos gente, al fin y al cabo no queria tener que compartir vagon y oxigeno con otras 100 personas. Esa era la cantidad de gente que habia calculado que cabian en un vagon completo. Lo hacia siempre que necesitaba entretener la mente mientras viajaba.
Llego el tren y se encargo de buscarse un sitio comodo desde el que poder asirse. Habia gente en el vagon, pero no la suficiente como para impedirle sentirse relajado.


Comenzo a mirar a su alrededor, y no veia más que personas. A veces ni eso. Simplemente parecia toparse con los espectros de las personas a las que habitaban. No vio una sola sonrisa. Ni una sola expresion facial que denotara alegria o la simple felicidad de vivir. Se sintio bien.
Le daba la impresión de que aquellas personas no eras mas que reses de camino al matadero. Sin esperanzas, resignadas a su destino del que no podian escapar. O no querian. Él sabía como se sentían, y por eso le gustaban tanto sus viajes matutinos en tren. Por que sabía que, aunque él fuese desdichado, el resto de los ocupantes del tren tambien lo eran. Y no solo eso, sino que se sentia superior a ellos. Él sabía que no tenía la suerte de su lado, pero lo tenía controlado. Pero esos pobres diablos... Esa gente se martirizaba a diario por un salario y la etérea sensacion de realización. Habian vendido su porvenir y sus ansias de libertad por cuatro monedas, y ya no eran capaces de volver atras. Tal vez no se diesen cuenta, pero estaban atados por unas cadenas que solo ellos podian ver.


Pasó algo más de media hora hasta que llego a su destino. Ha sus espaldas dejo un transbordo en el que deseo más que nada en el mundo una nueva plaga mundial. Algo que diezmase la población lo suficiente como para no tener que compartir anden con tanta gente. No necesitamos mucho - pensó – con una gripe que se lleve por delante el 40% me bastaría.


Pero ahí estaba él, aún con todo eso habia sido capaz de llegar a a su destino. Salio del metro y noto el viento frio en la cara. Y ahí, delante de sus ojos se alzaban los mayores rascacielos que jamas hubiese visto. Parecia como si un ser superior se hubiese encargado de erigir tales construcciones verticales de hormigon y cristal. No brillaban, no eran coloridas, pero sin embargo sentia algo dentro de sí cada vez que las veia. Era como si se sintiese identificado con los edificios. Fuertes. Ergidos. Consicientes de su inmensidad pero para nada eclipsados por la responsabilidad.
Parecia mentira que viese esa imagen casi a diario y siempre pensase lo mismo.


Comenzo a andar hacia su oficina, dajando atras a la gente que paseaba por la plaza. Sorteo el trafico y se planto en medio del hall del edificio. Este estaba compuesto por un sinfin de elementos que parecian no tener sentido, pero que vistos en conjunto formaban un caos ordenado. Las banderas en sus mastiles a la derecha. La recepcion en las que siempre habia algun turista haciendo preguntas a a la izquierda. Y delante, los tornos. Caminó hacia ellos, no sin antes desabrocharse la chaqueta y saludar a los guardias de seguridad. Siempre hacía lo mismo cuando entraba, saludar al vigilante de turno ( siempre se trataba del mismo perfil, hombre de mediana edad con ambiciones mayores pero que se habia visto relegado a esa tarea fruto de algun infortunio pasado) y abrirse la chaqueta para no morir de calor. Una nueva era glacial necesitamos – se dijo para sus adentros- solo así podria haber aquí una temperatura agradable. Se dirigio hacia el ascensor C y se introdujo. Escucho unos pasos tras de si, asi que mantuvo la puerta abierta.
- Buenos días – dijo.
- Bueos días- dijo ella.
A ella la conocia de vista, pero apenas sabia su nombre y su nacionalidad. Milena, bulgara -recordo. La mujer trato de entablar conversacion durante el breve trayecto. Quiso dejar claro que a ella no le disgustaba ese tiempo, y que de echo le recordaba a su pais.
Asintio levemente mientras deseaba que se acabase ese corto pero eterno trayecto. Simpre le pasaba lo mismo. Compartia ascensor con alquien cuya capacidad de conversar no sobrepasaba las inclemencias meteorológicas. Y claro, cada dia se decia a si mismo que por evitarse el astio empezaria a subir por las escaleras. Pero nunca lo hacía.
- Adios pasa un buen día
- Adios – contesto secamente mientras se dirigia decidido hacia su cubiculo.


Parecia irónico, que en una agencia de prestigio internacional, no hubiese en la misma planta un solo alma trabajando a esa hora. Pero así eran las cosas, y siendo quien era, no habia nada que pudiese hacer, más que preocuparse por sus propios horarios.


La mañana prosiguió de manera lenta. Era uno de esos dias en los que nada ocurre, y que lo unico que hay que hacer es dejarse llevar por la marea. Uno de esos dias de los que no cuenta para la existencia de uno mismo. De los que no saca uno nada, pero que sin embargo consumen tiempo del poco que nos queda. Era uno de esos dias como los que debian sentir los viajeros del tren. Ir a la oficina. Existir. Y volver al dia siguiente. Asi hasta que uno muera. O se libere.


Eran ya casi las 5, así lo indicaba la pantalla de su ordenador. Terminó con lo que estaba haciendo, redactar un documento que se usaría para definir loslimites legales de algun conglomerado de empresas. Simpre era lo mismo.Le asignaban las tareas mas mentalmente exigentes, pero hasta a eso le acaba a uno cansando. Le gustaba el placer de sentirse probado, de ver donde tenía limites su capacidad. Pero una vez habia desarrollado la misma actividad varias veces se volvia aburrido para él. Es como si estuviese condenado a no sentirse realizado jamas.


Recogio y esta vez sí, bajo por las escaleras. No queria encontrarse con nadie que le sorviese la poca vitalidad que le quedaba. Llego a los tornos, brillantes y cerrados. Se acerco a uno de ellos, y como si sus pasos y el mecanismo de apertura estuviesen acompasados, se abrio al instante. 

Dejo atras las banderas y la recepcion ( con el turista de turno preguntando si podia subirse a la última planta a sacar fotos) y salió a la calle. Esta vez si hacia frio. Del de verdad, del que recordaba de su niñez. Procuro cerrarse bien la chaqueta y avanzo hacia el puente que cruzaba el canal. Por alguna extraña razon, ese día no habia mucha gente en la calle. Estaba oscuro, pero aun así era capaz de vislumbrar que unas pocas personas caminaban. Todas abrigadas y envueltas en matices oscuros. Todas avanzando a prisas y sin mirarse unas a otras. Parecia como si alguien hubises tocado un silvato y esas personas de dirigiesen al unisono hacia la fuente.
Sin hacer preguntas, solo caminar.

La carretera y la oscuridad

Todo lo que venía despues era secundario. De momento lo importante era el presente. La realidad de estar a los mandos. De controlar aquella situación de la mejor manera posible y de conseguir enderezar aquel mastil torcido en la que acababa de convertirse su vida.

Conducía por la carretera. Por la oscuridad que solo se quebraba con los reflejos de los brillos de los focos del coche o las dentelladas que arrancaban las farolas en la lejania. Todo estaba oscuro. Sobre todo el interior del vehiculo. Estaba el solo, el asiento del copiloto lo ocupaban su chaqueta, su cartera y su telefono, que habia sido silenciado. Conducia con calma, como si su mente estuviese relajada en ese momento y fuera capaz de controlar todos sus impulsos. Pero la realidad de su mente en ese momento era más bien diferente. Su paz interior habia sido perturbada, y lo que por fuera podría parecer un hombre sereno, en el interior se formaba la mayor de las tormentas jamas imaginadas. Frenaba antes de las curvas. Aceleraba en las rectas, pero sin sobrepasar los limites de velocidad. Su mente esta inundada de pensamientos frios como el invierno de Moscú, pero era capaz de guardar la compostura y conducir de manera sosegada.


Desde pequeño habia sido entrenado en guardar las apariencias. En ser capaz de aguantar y no externalizas nada. Ni lo bueno, ni lo malo. Todo ello se debia a la educacion que habia recibido. Una mezcla de severidad ante las ofensas a la autoridad, pero unas respuestas mucho mas mediadoras cuando los daños se inflingian a entidades no tan poderosas. No era frio, o al menos eso pensaba, sino que era capaz de no dejar que sus sentimientos aflorasen con facilidad. Eso le permitia pensar con claridad aún en los momentos mas complicados. Y aquel lo era.


Seguia conduciendo, y ello en absoluto alteraba su manera de conducir. La realidad es que no sabia a donde iba. Simplemente se habia montado en su coche, habia arrancado y se habia dirigido hacia la carretera mas oscura que se le habia ocurrido. Él simplemente conducia, como quien cose, ve la tele o escucha una cancion. Su mente estaba en otra parte, un lugar mucho más oscuro que aquella carretera
camino de la nada.

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