Un marinero portugués

Aquella tarde me encontraba en la taberna. Algo poco habitual, pero me habia encomendado a reunirme con un viejo amigo del mar, un marino portugués. Nos habíamos de reunir en una tasca cercana al puerto, olor a salitre y viento frío. Entré por la puerta y tras cerrarla tras de mi comence a caminar por la tasca sorteando a las ya ebrios huespedes. Unos menos que otros. Pude ver a mi antiguo compañero de aventuras (las malvinas es algo que a ambos nos marcó de por vida). Sentado, con una pinta de cerveza espumosa en una jarra en la que ya no quedaba mas que un sorbo. Nos saludamos y charlamos brevemente.

 

Se había asentado en la ciudad junto con su mujer, a la que había conocido en uno de las tan largas jornadas que había pasada en ultramar, aunque ella era originariamente nativa del país. Aquel hombre que antes hubieses batallado y cerrado hasta el ultimo tugurio (y no dudo de que ahora no sea capaz), se había asentado y hasta profesaba su amor y lisonjas a su nuevo perro, una perra de aguas que al parecer era capaz de ayudarle en la pesca. Una especie de olfato que le permite indicar a su amo en donde soltar las redes. O eso contaba el otrora joven marinero, mientras acaba de un trago su cerveza y nos encomendamos a continuar con el beber.

 

Hablamos durante un rato hasta que un amigo suyo apareció, convocado tambien ha este exclusivo evento de charlas marineras y vasos medio llenos. Un carnicero, que al parecer trabaja en las cantinas reales, y aunque originariamente su profesion y vocacion habia sido las ciencias veterinarias, ahora se había pasada a la carniceria. Curioso cambio, del que no nos atrevemos a parlamentar por miedo a instigar pensamientos encontrados en el último miembro de nuestro parlamento. 

 

Bebimos y hablamos durante horas. El marinero agudizaba sus comentarios hacia el mundo naval y tiempos pasados mejores, mientras que el carnicero, portugués tambien, se encontraba comodo explicando sus desmanes laborales y los entresijos de su tan "quirúrgica" profesión.

Yo, o eso considero hasta el dia de hoy (aunque la cantidad de bebida que corrio por la mesa, pudo obviamente acentuar o emborronar el relato), me centre en mis nuevas aventuras en la ciudad, mis próximos viajes a tierras lejanas y una pequeña parte de las miserias por lo hace poco perdido. Todo bien, aunque en un momento nuestro amigo carnicero hubo de marcharse, pues tenia una hija de la que cuidar cuando su mujer, costurera de profesión, había de ausentarse. 

Nos quedamos el marino y yo por tanto, varados en esta tierra de nadie, taberna de ciudad con los ruidos, sabores y olores característicos de estas tierras bajas. El ambiente empezaba a decaer, era tarde ya, por lo que decidimos acercarnos a un cafe cercano. 

 

Entramos en nuestro nuevo destino, algo mas acogedor pero igual de deshumanizado por la dinamicidad de los visitantes extranjeros que entraban, se abituayaban y ya jamas habrian de ser vistos tras marchar. Nos sentamos en un rincon mas alejado, todavia concurrido pero en el que era posible tener una conversacion de entre humanos, Seguimos bebiendo, y los estragos acabaron desviando nuestra conversacion hacia las yermas tierras de cupido. Yo no tenia mucho de lo que hablar, pero parece ser que a mi compañero las ideas no le habían dado descanso en los últimos años.

 

Se puso algo mas serio para hablar de esto, sabedor de que ambos habiamos bebido y consciente de lo que iba a decir no era algo mundano que quisiese compartir con el mundo. O con la gente de ese cafe.

 

El caso es que él, nació en una pequeña región cercana a la capital portuguesa. A los pocos años de acabar los estudios, la suerte no sonrió en su casa, y la pérdida de un progenitor le había enfundado a tener que trabajar, que era la razón de su profesión.

A los 19 años, conoció el a una muchacha de su ciudad, con la que mantuvo una relación durante 9 años. Al parecer no era una antigua novia mas, sino que el propio marino consideraba aquel amor, y tiempo de paso, como algo intimo y bonito que le alumbraba el alma en los dias mas frios. Y, irónicamente, el mundo onírico, que a mí me había estado pasando una mala jugada, entraba también en la conversación. Y de que manera.

La autovía

La autovia frente a su balcón seguía haciendo el mismo ruido de siempre, y eso que se trataba de un domingo mundano. Aquel maldito ruido día tras día. Como si esos conductores decidiesen darse el gusto diario de calentar el asfalto, enjuagar los cilindros en combustible (si acaso algún portentoso que podía permitirse el litio de las baterías…). Pero siempre lo mismo, el sonido constante de los vehículos que rebotaban entre los edificios y paneles acústicos llenos de grafitis.

 

Los grafitis variaban algo más que los sonidos de los vehículos. De hecho, jugaban un papel bastante concreto con sus sutiles y constantes cambios. El paso del tiempo. El cómo aún en la rutina de los ruidos y días, aquel entorno seguía transformándose, con nuevas pinturas, nuevos tags firmados en esas paredes. No tenía a uno que gustarle aquello, pero recordaba una vez más aquello del "Tempus Fugit".

 

Y así continuaba el tiempo y la vida del individuo. Otra vez arrastrado al tiempo, al paso de él y a la evidencia de que no era ya posible plantearse ideas mundanas. Los grafitis cambiaban pero los coches seguian circulando como antes. Una vez más hacían resurgir en el sobre las ideas de un cambio. De una alternativa a morir joven o viejo de manera predestinada. Nada de héroes o aventuras, que le jodan a la fama se decía a si mismo. Algo sencillo, que le permitiera ser libre en el alma sin tener que dejar de lado sus ideales o aislarse por completo de lo que la sociedad surtía como deidades.

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