El parque

Sabía que los encontraría en el parque, no había duda. Tras horas meditándolo había llegado a la conclusión de que la mejor manera de dar con ellos sería abordarlos en el parque.

La localización era ideal, apartado, poca gente y bastante oscuro durante las tardes de invierno. Además,la ausencia de cuidados había propiciado la aparición de maleza y arbustos, lo que le facilitaría el ocultarse.

Tomada la decisión, comenzó a prepararse. Sabía que no era más que una vez más, pero siempre había uno de estar preparado. Se vistió y cogió todos los útiles que iba necesitar. Nada de otro mundo, lo había hecho en multitud de ocasiones. Pero siempre lo hacía con especial cuidado. Siempre que se preparaba procuraba concentrarse y prestar atención al más mínimo detalle.

Cogió la chaqueta oscura, de la que se había ocupado de quitar todos los elementos brillantes o que llamasen la atención. Era curioso de ver como una chaqueta sin dichos elementos pasa inadvertida. Y él lo sabía. Si no llevaba nada representativo sería más difícil de identificar. Terminó de ponerse la chaqueta y cogió los guantes. De cuero, pero que le permitían mover las manos con agilidad. Eso era vital. Había experimentado en el pasado con otros tejidos, pero ninguno a la altura del cuero.

Cerró la puerta a sus espaldas y mientras bajaba las escaleras se puso la gorra, de matices oscuros también.

 

Salió a la calle, pero en vez de dirigirse hacía el parque, debía hacer algo antes. Se dirigió hacia el callejón detrás del edificio. Allí no había más que suciedad y varios contenedores de basura que siempre estaban a rebosar. Caminó los metros que le separaban del final del callejón y se dirigió junto a la pared del edificio.

Ahí seguía, la loseta en la misma posición en la que la había dejado días atrás. Miro hacia ambos lados antes de agacharse, y procedió a moverla. No era pesada, cualquier persona hubiese podido moverla fácilmente, pero estaba situada en un lugar en el que a nadie se le hubiese ocurrido siquiera acercarse.Estaba algo húmeda, ese era el precio a pagar por esconder cosas fuera de su casa. Tras moverla pudo ver como todo seguía en su sitio. La bolsa de plástico. Las herramientas y llaves de varios coches. Y algo oculto en un trapo grasiento.

 

Abrió el trapo y procuro limpiar la grasa del arma. Siempre la guardaba así, puesto que no quería dejar huellas. Además, la grasa evitaba que la pistola se oxidase, algo bastante común en un clima tan húmedo como el de la ciudad de Londres. Terminó de limpiarla. Ahora si que relucía. O al menos así lo hacían las pocas partes brillantes que le quedaban al basto útil de metal, puesto que años atrás se había ocupado de tintarla de color negro. Evidentemente con el paso de los años el color se había deslucido y había partes en las que se podía vislumbrar el brillo original. Tendría que volver a pintarla en otro momento.

 

Una vez cerró la tapa, comenzó a caminar hacia el parque. No estaba lejos, apenas 15 minutos, pero quería asegurarse de que no dejaba ningún cabo suelto. Sabía bastante bien que el camino directo estaría plagado de camaras de seguridad, y no tenía intención de ser grabado. Era algo que aborrecía. En esa maldita ciudad había cámaras por doquier. Siguiendo esta premisa, tardó algo más de una hora en llegar, pero estaba seguro de que en ninguna grabación de las cámaras de la zona aparecería su chaqueta ni visera en primera

plana.

Había llegado el momento, y aunque fuese tarde, el parque estaba aún abierto. Atravesó la cancela metálica y comenzó a andar. Debía de ir hacia el este, y para ello tenía dos opciones: o bien caminar por el paseo principal, o tratar de seguir por los senderos secundarios.

No quería cruzarse con nadie y mucho menos que lo vieran llegar, así que optó por caminar por los senderos.

 

Conforme avanzaba, el camino se hacía más inhóspito. El césped estaba húmedo, y parecía que la maleza había decidido no conformarse con la explanada y había decidido invadir el camino. Eso le dificultaba la tarea, puesto que el tener que retirar ramas le hacía ruidoso y lento, algo que no le interesaba. Prosiguió el camino hasta que llegó a un claro. Se paró. Y empezó a prestar atención. Sintió pasos cerca suyo, pero no sabía de dónde venían. Se apeó junto a unos matorrales y comenzó a escuchar. Se dio cuenta de que eran más de una las personas que se acercaban. Parecía que iban en grupo, y que aunque hiciesen un esfuerzo por ser silenciosos, las cremalleras y botones de sus prendas se encargaban de

emitir ligeros tintineos. No eran fáciles de percibir, a no ser que uno estuviese concentrado en la escucha.

De repente los pasos cesaron, y en ese momento comenzó a escuchar una conversación. Alzó levemente la cabeza para ver lo que ocurría. Bingo. Allí estaba lo que buscaba. Nada más y nada menos que a las dos personas a las que venía a buscar. Pudo distinguir claramente a Dimitry. Dimitry Popovic, a quien solo había visto anteriormente en una foto, pero que le fue fácil de reconocer. Llevaba una especie de parca gris junto con unos pantalones oscuros y zapatos negros. Pero ninguna de las prendas que llevaba le servían para ocultar la cicatriz en su mejilla izquierda. Por el tamaño de esta, daba la impresión de que fuese ella la que llevase al hombre y no al revés. A su lado pudo distinguir a un hombre algo más bajito, pero desde luego que mucho más corpulento. Si bien el serbio era alto, no tenía una fortaleza muscular aparente. Pero el otro sí, parecía que su mayor preocupación en la vida había sido procurarse un cuerpo atlético. Se podía notar bajo la chaqueta corta que llevaba. Debía de ser Davor. Jamás se lo hubiese imaginado así: fuerte y bien vestido. Pero no había ninguna duda de que era él.

 

Había llegado a donde quería, y tenía delante de sus ojos lo que había venido a buscar. Sin embargo, no se dejó embargar por las prisas. Sabía que debía esperar y observar. Esas dos personas no tenían precisamente fama de ser pacíficas, y sabía de buena mano que siempre iban armados. Hacía no más de dos semanas se habían encargado de acribillar a un pobre diablo que quiso enfrentarse con ellos. Ni que decir que el pobre hombre no sabía donde se había metido hasta que vio a los dos eslavos desenfundar sus

armas. Solo entonces trató de retractarse, pero ya era tarde. Aquel hombre fue hallado con 8 balas en su cuerpo a las orillas del Támesis dos días después.

 

Dimitry y Davor siguieron dialogando durante 15 minutos sin moverse de su sitio. Lo hacian en un dialecto que no era capaz de entender, pero que parecía provenir de tierras balcánicas. La conversación parecía airada, podía notarse en el ambiente que se trataba de un tema importante. Fué entonces cuando se dieron la mano, y ambos comenzaron a caminar en direcciones opuestas. Era su ocasión. Sabía que abordarlos a la vez le sería difícil, pero por separado era otra cosa. Le sería mucho más fácil así. Se decidió por seguir a Dimitry. Al fin y al cabo siempre prefería empezar por lo más difícil.

Continuaba agazapado tras los arbustos, y comenzó a moverse para seguir al hombre. Lo hacía a una distancia de unos 10 metros. Lo suficientemente cerca como para no perderlo de vista, pero lo suficientemente lejos como para no ser oído al caminar. Continuó varios metros, hasta que se percató de que Dimitry había parado. Parecía haber sacado un paquete de tabaco, y estaba teniendo problemas para encender un cigarro contra el viento. Esta era su oportunidad. Salió despacio de los arbustos procurando no pisar ningún objeto que delatase su posición. Consiguió llegar al camino,mientras el amigo Dimitry seguía peleandose con su cigarrillo. No era consciente de que ese vicio le costaría la vida.

Sacó su arma, a la que estando en los arbustos había provisto de un silenciador. Siguió acercándose muy despacio, ya apenas estaba a 2 metros de su destino. Ya estaba lo suficientemente cerca como para atinar el tiro, pero no quería correr riesgos. Siguió acercándose, hasta que estuvo ya a distancia de tocar a Dimitry con su mano. Por su parte, Dimitry ya había conseguido encenderse el cigarro, y trataba ahora de disfrutar

de varias caladas antes de proseguir su marcha. Pero ya era tarde. Solo le dio tiempo a oír un chasquido metálico detrás de su cabeza. Después todo se desvaneció.

 

El cuerpo cayó al suelo como si un imán lo atrajese. El camino comenzó a teñirse de rojo, mientras Dimitry parecía aun sujetar el cigarro encendido en su mano. Disparó dos veces más. En la espalda.Quería asegurarse de que el serbio no tuviese posibilidad alguna. Era algo innecesario, puesto que la primera bala había sido más que suficiente para extinguir todo atisbo de vitalidad del hombre. Pero siempre le gustaba asegurarse. 1 de 2 – pensó. Y comenzó a recoger los casquillos del suelo. Tenía que encargarse de recuperar los 3, puesto qué aunque jamás encontrarían huellas en ellos, no quería que fuesen usados para comparar las marcas que dejaba el percutor del arma. Él sabía que eso no ocurriría, puesto que siempre limaba ligeramente el interior del cañón y el percutor tras cada uso para que las estrías

que dejase en las balas y casquillos fuesen diferentes a las anteriores. Pero le gustaba hacer las cosas bien.

 

Cuando hubo recolectado las pequeñas piezas metálicas se las metió en el bolsillo de la chaqueta. Comenzó a alejarse del cuerpo y del pequeño charco rojizo que se había formado a su alrededor, y cuando estuvo a una distancia considerable comenzó a correr. No es que le hubiese entrado la prisa por huir. Es que tenía intención de acabar lo que había venido a hacer. Y sólo si se apresuraba sería capaz de alcanzar al croata antes de que este abandonase el parque.

 

Mientras tanto, Davor si parecía tener prisa en tener prisa por salir de aquel lugar. Era como si presintiese que algo se dirigía hacia él. Como si algo le hiciese presagiar lo que venía tras él.

La tormenta

Era como si le hubiesen puesto una carga encima. Una carga pesada que aunque le permitía moverse, le dificultaba hasta el mero hecho de respirar. No es que fuera la primera vez, puesto que ya le había pasado en contadas ocasiones, pero esta vez había algo diferente. No sentía el mismo peso, la misma fatiga. Había algo más, algo que le hería aún más de lo que nada más pudiera. Y no sabía lo que era. Trató de pensar en su situación, en lo que le atormentaba, en lo que le quitaba el sueño... pero no había nada. Solo sentía que tenía un gran lastre del que no era capaz de librarse y que desconocía de dónde venía.

Y era duro desde luego, por qué no sabía como actuar. Es fácil enfrentarse a algo a lo que ya te has enfrentado. Al menos sabes por dónde empezar. Pero esto no. No sabía ni por donde cogerlo, y mucho menos como actuar. Solo le quedaba el resignarse a su suerte, y tratar de actuar como si solo estuviese cansado.

Eso lo sabía hacer bien, fingir que su fatiga no venía del alma. Cuando uno había vivido tanto tiempo en la tormenta, sabía mejor que nadie como navegarla. Cómo prepararse para cada ola. Cómo sortear las mareas. Y de ser necesario, a que agarrarse cuando el barco se hunde en lo más oscuro.

 

Trato de pensar, pero hasta al mínimo esfuerzo mental le perseguía esa sensación de pesadez. No es que no pensase en la solución, es que la simple existencia le causaba fatiga. Y no era una fatiga de las que uno se recupera descansando. Es algo que te acompaña allá donde vayas, y que sabes que hagas lo que hagas va a estar ahí esperándote. Da igual cuan lejos te vayas o el tiempo que haya pasado desde la última vez, siempre estará ahí. Como una marca en la piel. Como una cicatriz que curó, pero que sigue dejándose notar. Y es que cuando algo está curado pero sigue doliendo, no hay nada que hacer. No hay solución para

algo que se supone que ya no está.



Es por ello que, haciendo uso de lo aprendido en travesías pasadas, optó por alejar la mente de lo más hondo. No trató de aletargarse, puesto que eso lo hubiese sumido en una situación peor, sino que desvió su atención de sí mismo a los demás. Trato de encontrar atractivas las palabras mundanas que hasta hacía segundos le parecían elocuentes. Centró sus energías y deseos en cambiar el foco de atención de su mente. No quería pensar más en él, quería que fuese otra persona la que tuviese que llevar la carga de la responsabilidad. Los problemas de los demás no solucionaban el suyo, pero desde luego que le servía para ganar tiempo.

 

Trató de saborear el café, de disfrutar de la conversación. Aunó sus fuerzas y se focalizó en que sus pensamientos fluyesen hacia otras direcciones. Y hasta cierto punto, podría pensar que lo logró. Desde luego que no habría en esa cafetería nadie más desdichado que él en siglos, pero consiguió abstraerse. Esa cafetería podría haber estado construida sobre un antiguo hospital y aun así él hubiese sido la persona que más sufrimiento había cargado jamás.

 

No se sintió aliviado, ni mucho menos, pero al menos sabía que había sido capaz de guardar las apariencias. Le había caído un obús encima y había sido capaz de ni siquiera palidecer. Y eso era, una virtud y una maldición a la vez. Era plenamente consciente de su condición y la de las personas que le rodeaban. Y aun así era consciente de que él tenía que jugar su papel. Demostrar que no era diferente de los demás. Qué cumplía su papel para con la condición humana. Sé feliz, relacionate y encargate de dejar un bonito progreso detrás antes de marcharte. Pero cuánto hubiese deseado enfrentarse a ellos, dejar claro con rabia e ira que no estaban en el mismo bando. Nadie lo estaba. Él estaba solo, y no necesitaba a nadie

más. Podrían haberle ofrecido 100 marineros para su renqueante barco y los hubiese rechazado a todos.

No quería a nadie en su viaje, y mucho menos gente que no había navegado por aguas como hacia las que él se dirigía.

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