El hombre que soñaba con la libertad

La puerta se abrió delante de ellos, tardó un poco y de hecho parecía que no tenía ninguna prisa en dejar pasar a los nuevos visitantes que habían tenido la suerte de poder acceder al penal ese soleado día del miércoles.

Ya habían estado y ya conocían los reflejos, las luces y las caras. Pero sobre todo el ambiente y la pesadez del aire que se respiraba en ese centro. No tenía nada de especial no era viejo, no era bonito, no era feo, era simplemente un lugar en la tierra en la que uno sabe que se carece de la libertad y eso, desafortunadamente lo notan incluso los los individuos que temporalmente se adentran entre los muros, puertas, ventanas y barrotes que normalmente rodean este tipo de lugares.

Siguieron  caminando, el patio interior estaba más soleado que de costumbre y para variar los muros eran igual de altos que siempre. No había más nada especial para ver, nada especial por lo que pensar que uno se esté adentrando a un lugar en el mundo que lo hiciese necesario o incluso relevante en cuanto a la historia. No era más que un sitio en el que nadie, nadie querría jamás estar.

Llegaron a la puerta interior, cerrada como de costumbre.La pintura verde de los barrotes, ni demasiado brillante ni ostentosa, como si se tratase de una metáfora de los límites emocionales que ese lugar dictaba sobre todos los humanos. Esperaron a que la puerta se abriera y  les dejaran entrar. Tuvieron la suerte de poder acercarse al lugar al que querían, caminaron por la galería y se acercaron a la puerta que les correspondía. 

Y en ese momento no les quedó más que esperar un poco más. No era una espera incómoda, de hecho, puede que esa espera sea una de las pocas situaciones de expectación positiva que ese lugar tuviera que ofrecer. Puede considerarse incluso una espera satisfactoria si una persona tiene la capacidad de sacar  algo positivo de un lugar de estos

Esperaron y al final como quien espera el agua de mayo, llegó  el compañero, llegó la razón. Llegó a lo que habían venido a hacer. Había sido un viaje largo en un dia largo. Habían sido unos meses extremadamente tediosos no solo para la persona que sonreía frente a ellos,  sino sobre todo para todos esos familiares y entorno. Esos individuos que se tienen que dejar el alma y corazón por esas personas a las que quieren y aman y sin embargo están privadas de esa capacidad tan básica y tan relevante para todos los humanos.

Lo dicho, pese al momento y situación, se trataba de algo que celebrar.

Las plantas

El lugar mas bonito de su casa es el balcón. No tiene nada de especial, pero tiene varias plantas, araucarias, tulipanes rojos y azules, plantas de menta y un pequeño tiesto con un brote de una haya. Todo ordenado de manera que puedan capturar las horas de sol que tan bien hacen a estos seres de la flora. 

No es nada especial, pero las plantas, de cierta manera, dan serenidad a este espacio.

Aportan cierta vitalidad, aunque a veces las plantas mueren, sufren o se rompen y ha de ejecutar tareas de mantenimiento. Él entiende que eso es parte del tener. El perder o sufrir por algo, aunque en este caso sean plantas.

Las mañanas las plantas se abren, abrazan el sol matinal, y se sacuden la escarcha en los días más fríos del periodo invernal. Un ritual que él puede ver desde dentro. Fuera hace frío, mucho para su gusto. Pero las plantas son capaces de encontrar ese equilibrio simbiótico con este entorno que para nada es algo a lo que estaban destinadas. A fin de cuentas, las plantas, y más aún, el esqueje de haya, se las imagina uno creciendo libremente en un bosque o gran campo. Sin límites de tiestos. Sin horarios de regadío y sin problemas de calor, luz o excesos. En libertad, si pudiéramos describirlo de alguna manera.

Las plantas son parte de lo que llama hogar, y aunque se preocupa por ellas, no le reportan a simple vistas, más que un entretenimiento. Sin embargo, la idiota tarea de dar a un ser solitario, una responsabilidad con un ser, lo convierte en mas responsable, empatico y pensador. Vaya con las plantas.

No son plantas felices, o infelices. Son simples plantas, pero a los ojos de nuestro habitante, dependiendo del día, hora, temperatura, luz y demás variables concatenadas, le inspiran o instigan pensamientos de diferentes índoles. Muchas veces sensaciones positivas para él. El dolor de ver una planta morir no lo es tanto comparado con el pensamiento de planificar cuál será la siguiente simiente en la que depositara su atención. No tiene mayor connotación que la que él decide darle, en ese día y en ese momento.

A veces las plantas enferman, y él se preocupa, pero no demasiado.

A veces él enferma, y se preocupa mucho de asegurarse de que su situación no afecte de manera negativa a las plantas. A veces él se ausenta por semanas, y se asegura de regar las plantas lo suficiente para que no pasen hambre en su ausencia. Y cuando finalmente, vuelve a casa, lo primero que revisa y mira, son precisamente, sus plantas. Para ver si le sonríen, si han florecido, o decaído. Y también para recordarlas que está de vuelta, dándoles un majestuoso riego de vuelta a casa.

Plantas, sin nombres y sin razones. Por las que un pequeño hombre solitario, perdido en el mundo, acaricia a veces la tranquilidad.

Simples y mundanas plantas.

Plantas a fin de cuentas.

En un balcón.

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