A veces le embargaba la tristeza lentamente. Como si se tratase de una pluma que se posaba suavemente al caer. Nada abrupto ni brusco. Un leve y lento pesar le envolvía sin que apenas fuera capaz de percibirlo. Era en estas ocasiones cuando toda esa tristeza y desasosiego mostraban su lado más humano. Mostraban su realidad, sin dualidades ni engaños. La tristeza estaba allí siempre, y nada podía evitarlo. Por mucho que huyese, por mucho que se escondiese o alejara. Siempre estaba ahí. Era en esos momentos cuando entendía que, pasase lo que pasase por su vida, siempre iba a tener la tristeza de compañera de viaje. Siempre sería así. Era consciente de que cualquier logro, cualquier batalla
ganada con sangre y sudor siempre podía quedar eclipsada por su eterna compañera.
Cuando ese dolor se mostraba soportable podía verlo todo con claridad. Sin filtros, tal y como la
entendía su ser más interior. Tenía que aprender a vivir de esa manera. Con esa cualidad. Igual que la persona sufridora de alguna dolencia crónica aprende a vivir con ella. Él debía de hacer lo mismo. Solo así sería capaz de seguir adelante.
Todo eso requería ya no de valor, sino de descubrirse a uno mismo y de tratar de entender su propio ser. Había descubierto que su miedo al dolor era igual o peor que el dolor mismo. El siemple hecho recordar su condición le causaba pesar y angustia.
Pero era, en parte a ese sufrimiento, la razón por la que había comenzado a acostumbrarse al miedo. Un miedo que sabía que no desaparecería, pero al que no podía permitir que controlara su vida.
A veces se sentía como el submarinista que teme que se acabe el oxígeno de su botella lejos de la superficie. La posibilidad siempre estaba ahí, pero la razón por la que podía continuar buceando era entender que la posibilidad de ahogarse no desaparecería nunca. No podía resignarse a no bucear por miedo, así que tenía que proseguir hacia adelante, siendo muy consciente de que la posibilidad de hundirse y no salir a la superficie siempre estaba ahí.
No trataba de hacerse sentir un luchador, ni mucho menos aparentar ser una víctima del destino. Asumía su papel en la vida como algo no natural, pero que llevaría a cabo de igual manera. Sus decisiones le habían llevado a esa situación, pero no se sentía arrepentido por ello. Todo lo que había hecho le había convertido en la persona que era. Y pese a la carga, no volvería atrás en el tiempo para cambiar los caminos ya tomados.
Eso era él, un cúmulo de experiencias que le habían desarrollado una personalidad acostumbrada a vivir con dolor esporádico y aleatorio. Nada más que eso. Un simple ser. Que a veces disfrutaba y sonreía. Y que otras veces sufría el peor de los dolores que un ser puede sufrir.
El dolor en el alma.